Imagen tomada de aquí |
La palabra desde el
principio. En el fondo del deseo de una idea que alguien necesitaba mentar;
hablar eso que se siente cuando no bastan los pensamientos. Usada por muchos,
comprendida por pocos. La palabra, que resume el todo.
Muchos
podrían argumentar sobre ella. Intentar describirla o hacerla propia de mil
formas. Yo quise entenderla en una definición. Fracasé al intentarlo. Busqué
entre las páginas que alardeaban de conocerla, pero estaban extensamente
vacías. No hallé grandes respuestas, pero sí muchas preguntas. Y entonces,
cuando más impaciente me encontraba, pensé en buscar una razón de la palabra;
pero la topé tan ajena que me fue aún más difícil encontrarla. Tuve qué buscar
más allá, donde alguien me dijo que tenía qué sentir lo que decía.
Al sentir
las palabras, noté que las ideas en mi mente eran realmente mías. Ahí la
palabra no tenía qué ser tercera, y podía ser exclusivamente propia. Y fue así
como me apoderé de ella, ahí donde pude yo apreciarla, sentirla y
desentrañarla. La necesitaba conmigo, para decir todo aquello que sin su
ayuda no podía. Pero aún sin entender a la palabra, pude continuar haciendo uso de
su esencia. Pude haberla empleado, para convencer a otros de matarse por mis
ideales; o de negarse a sí mismos, para rendirle pleitesía a una imagen.
Pero
quien haya descubierto fatales consecuencias, de aquellos vanos usos de los que
la palabra ha sido presa; podría quizá coincidir conmigo que quizá no existe
una mejor función de la misma, que aquella cuando la usamos para clamar por el
bien del prójimo.
Sin
embargo, les diré que al final yo prefiero conspirar con la palabra, muy en
secreto para decir un ‘te amo’, mientras voy por la vida buscando la ocasión
precisa, para que entre ella y yo hablemos lo que por temor otros callaron.
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