Me gusta caminar. Desde hace muchos años, es parte de mis rutinas de esparcimiento. Por lo común, recorro una hora y media, o algo así. Aunque últimamente, las responsabilidades me limitan a trayectos constantes.
El andar a pie te permite que aprecies los rostros de las personas, sus gestos, preocupaciones; que veas que, aunque todo parezca igual, siempre aparezca un nuevo detalle, alguno que no habías observado antes. Un detalle escondido en tu punto ciego.
Antier, precisamente, pasé por una calle en la que (al menos eso creo) jamás había transitado. Al parecer, la 1a poniente entre 8a y 12a norte. Me sentí por un rato como un visitante en una ciudad antigua.
Y, sin lugar a dudas, hay casas que nos remontan años atrás. A los años de las tejas, de las paredes de adobe, de las persianas de madera. Casas que nos hacen imaginar un Tapachula más tradicional. Sin autoservicios en cada esquina.
No estoy en contra del desarrollo de la ciudad. Pero cambiar por cambiar no tiene sentido. Hay cosas que constituyen parte del patrimonio histórico de Soconusco. Y, con ello, quisiera referirme a la evidente destrucción de muchos edificios añejos en el primer cuadro de la ciudad. Ya hubieron quejas, ya se construyeron otras cosas... en fin. No ahondaré en ello.
Pero el patrimonio, ustedes estarán de acuerdo seguramente, no lo constituyen solamente los bienes materiales. Recordemos las historias de los abuelos. Concretamente, las de los ríos. ¿No son acaso parte de la riqueza natural de nuestra región? Un río no es una corriente de agua sobre la cual se pueden verter desechos. Es algo más. No debe ser el sacrificio de una mala planeación urbana.
Recientemente la SEMARNAT llevó a cabo estudios y se detectó que ya hemos rebasado los estándares de contaminación en ríos y mares. ¿No es ya alarmante que requerimos una inversión en estos rubros? ¿Es necesario que se tengan que cerrar las playas o una alerta roja en infecciones por los patógenos en ellas? Dime, joven lector.
A propósito, cada vez que en la primaria cruzaba el puente del río Tescuyuapan, no podía creer cómo es que de pronto veía garzas en ese lugar y me preguntaba si se habrían acostumbrado. Y hoy, me preocupa que los habitantes nos hayamos acostumbrado tanto a ver (incluso vivir) tales escenarios y que los esfuerzos por atender cultura, sociedad y ambiente sean contados (y muchas veces, ignorados). Y no quiero pensar que esto vaya para un largo rato. Que no vivamos una conciencia comunitaria y nos encerremos en el egocentrismo y el hedonismo, mundialmente, en boga.
Quiero aterrizar en las siguientes preguntas: ¿nos hemos olvidado de lo que teníamos? ¿hemos volteado la mirada hacia nuestras calles y ríos? ¿nos hemos vuelto tan soberbios como para olvidar nuestras raíces e ignorar nuestros paisajes?
No sé ustedes, pero prefiero gastar 30 pesos de pasaje y estar cerca del volcán que pagar 300 pesos por unas horas frente a un artista. Es una mejor inversión, ¿no?.
3 comentarios:
Buen apunte... Porfavor no desvaries tanto y cuida tu sintaxis para evitar vaguedades, por todo lo demás te deseo lo mejor de los éxitos y que bueno que te tomes el tiempo de pensar y alzar la voz por tu ciudad.
ESo de caminar... muy cierto en los descubrimientos y muy larga tradición desde el librito de Stevenson sobre caminantes.
Por lo demás, aunque parece lugar común es bien cierto: "no hay pueblo sin memoria". En lo personal defiendo una tesis de que las piedras, sí señor, las piedras también hablan.
Saludos
Muchas gracias por sus comentarios. Procuraré mejorar mi redacción, jeje. Un saludo!
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